CHICAGO (I)
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Chicago se descubre ante los ojos del espectador como una ciudad en la que la verticalidad de sus edificios se compensa con su desarrollo horizontal convirtiéndola en una urbe panorámica, en una narración donde mar, cielo y arquitectura componen un todo.La obra se concibe mediante un sutil juego de dualidades y contraposiciones, evidente no solo en el conflicto vertical-horizontal, sino en el color y en las formas. El predominio gris de la naturaleza se rompe con la descripción de los altos edificios en los que el colorido se convierte en el rasgo dominante.
El no color actúa como base sobre la que se asientan los perfiles de los rascacielos que parecen realizados mediante plantilla, a través de retazos de colores brillantes, caprichosos, que varían desde los amarillos, los ocres, los naranjas y los verdes hasta los azulones y los violetas más intensos. El color se convierte en geometría y la geometría en mancha que va delimitando, a modo de collage, ángulos, contornos, superficies para configurar la potente silueta urbana enmarcada por las nubes trasparentes, algodonosas, con un sentido de la unidad y de la armonía que equilibran la totalidad del conjunto.