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Dos jarras de formas distintas destacan en la estantería de una alacena que ocupa toda la superficie del cuadro. Los recipientes, de arte popular, definidos con sólidos volúmenes plásticos, surgen y se vuelven a hundir en el silencio, entrelazando lo abstracto y lo concreto con esa liturgia que rodea a los objetos domésticos, en orquestada armonía de marrones, amarillos, verdes y rojos.