SEVILLANO

Hijo del periodista y poeta Ángel Sevillano García, su infancia transcurre en un ambiente intelectual- católico. La relación de su padre con escritores, arquitectos y artistas como Laxeiro, Colmeiro o Lugrís, afianza su interés por el arte. Compagina los estudios de Bachillerato con clases nocturnas en la Escuela de Artes y Oficios, donde tiene como maestro a Luis Torras. Apoyado por su padre, y becado por la Diputación de Pontevedra, ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos en Valencia, donde cursa los dos primeros años. Continúa en San Fernando, Madrid, donde finaliza en 1967. Comienza su actividad expositiva en Vigo, a las que le seguirán otras en numerosas ciudades de España, Europa y Sudamérica. Compagina su faceta artística con la de profesor de Dibujo en Institutos de Enseñanza Media en Vigo, Santiago o Carril, al mismo tiempo que ejerce de ilustrador en el diario madrileño Arriba y en otras publicaciones. A mediados de los ochenta se traslada a Sudamérica y se establece durante cuatro años en Venezuela, primero en Caracas y después en Los Llanos. Regresa a Galicia, se afinca en Vilagarcía de Arousa e imparte de nuevo clases en Carril. Su obra forma parte de importantes colecciones como la del Museo Quiñones de León, Museo Provincial de Pontevedra, o la del Museo Carlos Maside, entre otras. 

En su pintura abordó inicialmente el paisaje, con un estilo expresionista, y el bodegón, para posteriormente centrarse en sus características escenas cotidianas. Se trata de composiciones complejas, abigarradas de personajes, que inmortalizan fiestas, romerías, o actividades relacionadas con la vida diaria. Sus primeros referentes los encontramos en Colmeiro y Laxeiro. Posteriormente se siente atraído por el mundo onírico de Chagall y por determinadas etapas de Picasso. La arquitectura y escultura románica gallega serán también un importante referente en su obra. Recurre a la fantasía y al mito para representar su Galicia, eternamente presente e idealizada, con una gran presencia de la música popular. Sus personajes se suelen presentar de frente, con los rostros redondeados, estáticos, ojos saltones, y gestos deliberadamente simples, vestidos con llamativos atuendos y tocados fantasiosos, y a menudo con pájaros o flores en las manos como metáfora de pureza y libertad. Durante su etapa americana incrementa la fantasía de los atuendos y la vegetación, y añade una nota de indigenismo a los rostros. Su paleta evoluciona de una gama más neutra en las etapas iniciales, a una más cálida y rica que refuerza la complejidad de las composiciones.

En la Colección Afundación figuran 6 obras fechadas en la primera mitad de los años setenta, 5 óleos y una tinta sobre papel. En Alacena representa con una perspectiva frontal, y en tonos neutros, dos jarras de cerámica popular enmarcadas en una alacena. Las piezas cerámicas adquieren una presencia casi escultórica reivindicando el protagonismo de los objetos cotidianos. En Mulleres con flores e paxaros y Moza aborda con ternura y lirismo uno de sus temas favoritos: la figura femenina. Las protagonistas, de proporciones robustas, se representan con una perspectiva frontal y casi “rodeadas” por el espacio de la habitación. Los rostros son dulces, serenos, dotados de un cierto hieratismo atenuado por la paleta empleada. Romería y Mercado son dos escenas cotidianas que representan su lenguaje más personal. Dos composiciones frontales, muy abigarradas, en la primera el elemento paisajístico toma el protagonismo mientras que en la segunda lo hacen los personajes. En la tinta Pareja de niños hallamos un retrato de una pareja con ropas campesinas representada con su característica frontalidad.