GERARDO RUEDA

Inicia su formación artística en los años cuarenta con el pintor de historia Ángel Mínguez. En 1949 comienza sus estudios de Derecho, que compagina con la práctica pictórica, y ese mismo año participa en su primera muestra colectiva organizada por la Revista de Occidente en Madrid. Cinco años después, realiza su primera exposición individual en la Sala Abril de su ciudad natal; galería y librería fundamental en su formación artística, donde expondrá de manera frecuente en los años cincuenta. A lo largo de su prolífica y exitosa trayectoria expondrá tanto a título individual como colectivo en numerosos lugares del mundo. Destaca su participación en el Pabellón de España en la XXX Bienal de Venecia (1960), en la que el reputado crítico Gillo Dorfles    lo señala como uno de los jóvenes pintores con un futuro más prometedor. Su obra figura en las más ilustres colecciones españolas como la del MNCARS, IVAM, Fundación Juan March, Biblioteca Nacional de Madrid, Museo Patio Herreriano de Valladolid, Artium, o la Colección Thyssen Bornemisza, y en extranjeras como la del British Museum (Londres), Musée d’Art Moderne y UNESCO (París); Museo Internacional de Arte Contemporáneo Rufino Tamayo (México), Brooklyn Museum (Nueva York), Fine Arts Museum (San Francisco) o la del Museo del Ateneo (Manila), entre muchas otras. Entre otros galardones, recibe la medalla de honor de la Bienal de El Cairo (1992), y en 1995 es nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Junto a Fernando Zóbel y Gustavo Torner funda en 1966 el Museo de Arte Abstracto de Cuenca.

Artista plástico con un afán renovador, destaca a cuatro artistas como sus principales referentes: Kurt Schwitters, Giorgio Morandi, Joaquín Torres García y Paul Klee, para componer una obra definida por un exquisito y elegante cromatismo, así como por el equilibrio y rigor formal. Realiza sus primeras pinturas de paisajes de acento romántico, arquitectónico y geométrico hacia 1942 en los que ya se adivina su intención, constante y que irá intensificando en toda su trayectoria, de lograr la tridimensionalidad y sensación de relieve. Un año más tarde se adentra en el cubismo que le impresiona e influye notablemente en su producción. Se inicia en el collage en 1953, que combina con el dibujo a lápiz, y emplea diferentes materiales como cuero, papel o textil. La abstracción va cobrando protagonismo de manera progresiva en su lenguaje a través de la geometría. Hacia 1960 se deja seducir por el espacialismo italiano; la monocromía y las formas puras abstractas caracterizan su obra. A comienzos de los setenta se interesa por buscar nuevos soportes y materiales, se adentra en el universo del grabado y se produce su incursión en la escultura —campo al que de alguna manera siempre estuvo ligado. Ha realizado encargos monumentales de pinturas murales, esculturas o relieves entre los que cabe resaltar el relieve mural para el Museo de Escultura al Aire Libre de La Castellana (Madrid), las vidrieras de la catedral de Cuenca o las dos puertas de acceso del pabellón español en la Expo de Sevilla en 1992.    

En la Colección Afundación figura un aguafuerte fechado en 1992. Fascinado por la obra gráfica, cuya presencia en su trabajo es notable, es Zóbel una figura crucial en su primer contacto con el grabado. Realiza su primera serigrafía en 1964 en relación con el proyecto del museo conquense, y su primer aguafuerte en 1990, para el Museo del Prado. La composición que nos ocupa evoca sus célebres collages con una serie de masas de armónico cromatismo que parecen rasgados de forma manual, de manera que combina la espontaneidad con el orden.