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El gesto de agresividad del guerrero, que sostiene un escudo con su mano derecha, mientras muestra la mano izquierda con el puño cerrado, es una directa invitación al combate.
La luz rebota y se proyecta sobre el escudo que se convierte en una pantalla que protege al guerrero anónimo, sin rostro, de un enemigo invisible. La fuerza contenida en la pequeña pieza de bronce se descubre por la concepción compacta de sus formas que revelan una preferencia por los volúmenes geométricos, permitiendo combinar la figuración y la abstracción con un resultado final que sorprende por su coherencia y armonía.
La obra se rompe, transgrede las formas tradicionales. Su cuerpo perfecto, de suaves y brillantes planos, se ve violentado con rupturas en la propia pieza que generan contrastes lumínicos y de textura que recuerdan a propuestas de Boccioni pero, en este caso, no se pretende acentuar la sensación de movimiento o dinamismo -el guerreo parece anclado al suelo- sino incidir en la tensión e intensidad del momento.