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A finales de los 80 comenzó Pazos con esta serie del Machado, nombre que le sirvió como pretexto para empezar a pulir la piedra. Machado XXIII está constituido por dos piezas, unidas con grapas de cobre, ornamentadas con motivos sencillos, del arte popular, tallados en la piedra como improntas de organismos del pasado, presentando una forma de conjunto que recuerda la de la concha de una ammonita. Las dos piezas son como fragmentos encontrados, de otra construcción, con cuyos trozos el artista creara la escultura reconstruyendo una forma. Juega con el pictoricismo producido por el óxido verde del cobre, y la perforación de la piedra con un agujero limpio por el que puede circular el aire o podría también pasar el agua; o podría utilizarse para introducir otro elemento y construir una herramienta o un utensilio. Sus bordes, redondos, finos y pulidos parecen llevarnos a la posibilidad de un movimiento rotatorio. Pero son sólo piezas creadas con un significado artístico en el que subyace una preocupación antropológica y etnográfica.