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La figura fluye, como una llama, en un juego ascendente de curvas sobre las que la luz resbala fundiendo los dos cuerpos que se abrazan. La contención formal, el modelado fluido y tierno, y el exquisito acabado de la superficie, que despoja a la escultura de apariencias fortuitas, la sitúa en el camino abierto por Brancusi.