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Sobre el tronco de un árbol de bronce, se yergue una figura femenina con un niño en brazos, esculpidos en piedra negra. Sus cuerpos envueltos en un manto que los cubre de la cabeza a los pies, se encierran en sí mismos con un movimiento encadenado a través de sus cabezas. La escultura, de formas sintéticas, exenta de detallismos, diferencia los rostros dejando sin pulir la piedra. La pequeña escultura, colocada en el punto central de un círculo se acerca a cierto simbolismo contemplativo.