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Dos mazorcas solas, separadas de la planta, adquieren gran protagonismo en un espacio evocado con exquisita entonación de claroscuros y luces, que realzan la plástica de las espigas, jugando con las hojas, que adoptan distintas y sugerentes figuras. La pintora extrae del grafito un variado registo tonal que, unido al peculiar brillo del lápiz, envuelve al conjunto en un atmósfera mágica que nos traslada más allá de su referencia real.