PAISAJE
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La naturaleza había sido siempre la inspiración, el origen de todo arte, también de la abstracción, concebida en la síntesis de signos y colores que se convierte, en este caso, en el enlace, en el puente que conduce al artista a reencontrase con la imagen.A comienzos de los años sesenta, Lago Rivera, uno de los protagonistas de la renovación del panorama artístico español de los cincuenta, abandona su pasión por lo no figurativo para acariciar el paisaje iniciando lo que será lo más personal y definitorio de su poética.
La belleza de este escenario vago y vaporoso, que se derrite ante la mirada cambiando casi de estado físico en una reveladora sublimación de sus formas, desvela todo el encanto de lo impreciso, las posibilidades líricas de lo no concreto.
Las tonalidades ocres, marrones, rosadas y pardas adquieren personalidad propia y enriquecen la aparente banalidad del tema describiendo una atmósfera algodonosa, llena de matices, de laderas suaves y redondeadas en las que apenas se distingue la masa arbolada. La pincelada extensa, empastada, discurre por la tela sin crear grumos ni relieve, resbalando por el lienzo tosco en capas insistidas y sucesivas que contribuyen a generar una imprimación borrosa, a mantener ese difícil equilibrio entre concreción y sugerencia, entre realidad y ensueño.