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El año 1969 será muy importante en la vida del pintor ya que marca su traslado a Berlín y el inicio de una época de gran esplendor creativo.
El tiempo y el espacio se confunden en esta obra donde lo representado es una fantasía del autor, que proyecta su magia hacia el espectador, con una capacidad real de fascinación.
La poética del teatro y del circo se adivina en una obra cuyos personajes parecen flotar en un escenario imaginado. Tres figuras, una niña y dos hombres, se sitúan sobre un fondo irreal en tonos rosas, azules, amarillos, verdes, grises... que se funden creando una composición de gran riqueza cromática. La niña se convierte en el eje de atención de los dos artistas ocupados en divertirla, ideando juegos en una puesta en escena que recuerda a "Alicia en el País de las Maravillas".
La reducción de las figuras a siluetas es fruto de la influencia de la cerámica griega en su obra, imágenes despersonalizada por las que Jorge Castillo siente una extraña predilección porque expresan la forma elemental, simbolizando al hombre y a sus fantasías.
Este mundo onírico y surrealista se completa con pájaros, búhos, siempre presentes en su obra que combina y mezcla referencias de su vida cotidiana y familiar con su iconografía fabuladora.