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En la década de los 60 en que está fechada esta obra, Castillo ya era «un artista de asombrosa personalidad» según frase del crítico ginebrino Arnold Kohler. Sus personajes se ordenan en un ámbito pictórico que los acoge, integrándolos individualmente por su propia vida. Un niño sobre un caballo, una figura gruesa sentada con un solo ojo en la cara, y otra de pie desnuda, con destacados atributos femeninos, crean un ambiente surrealista abierto a una fabulación poética. Juega con manchas negra, amarillas y toques rosas de espontánea ejecución, con efecto de una obra inacabada que parece que "está siendo" en el mismo momento en que la observamos.