ROMÁN NAVARRO

Militar de carrera, profesor de dibujo y pintor, su vida transcurre, salvo cortas etapas en Madrid y Cataluña, en la ciudad en la que nació y a la que amó apasionadamente, hasta el punto de renunciar a importantes puestos en su carrera, como el de preceptor del príncipe que llegaría al trono como Alfonso XIII. Comenzó a dibujar desde muy niño. Estudió en la Escuela de Artes y Oficios herculina. Como militar fue destinado al cuerpo de Húsares. Pensionado por la Diputación, amplía estudios en Roma. A su regreso es destinado a Barcelona, como profesor de dibujo, puesto que permuta con José Ruíz Blasco, padre de Picasso, y regresa a Coruña, donde es profesor y director de la Escuela de Artes y Oficios. Allí tiene como discípulos a muchachos que serían excelentes pintores: Souto Cuero, Morelli, Vaamonde, Francisco Lloréns, Luis Mosquera. Colabora en revistas de la época y acude a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. En la de 1897 consigue mención honorífica. También destaca, con una escena militar de gran movimiento, su género favorito y en el que consiguió las mejores obras, en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Acude a Madrid, requerido por asuntos oficiales de su carrera, y en el Palacio Real y en los ministerios van quedando sus cuadros, alguno de los cuales llega al Museo del Ejército. Realiza retratos de miembros de la familia real, donde manifiesta su perfecto dibujo y su excelente conocimiento del oficio. Políticos de la época, como Montero Ríos, también posan para el coruñes. Al retirarse de la profesión castrense continúa y hasta intensifica su labor de pintor. Participa en las exposiciones regionales gallegas de 1917 y 1923, en A Coruña. Hasta su muerte, a los setenta y cuatro años, siguió trabajando casi sin interrupción, para dejar una obra amplia y muy repartida por el mundo, y una extensa colección de retratos que guardan sobre todo instituciones públicas de Madrid, A Coruña y otras ciudades de Galicia. Navarro es un pintor muy correcto, apasionado por el movimiento, que destaca en las escenas militares. Amó al caballo, al que pintó en todas las posturas y acciones imaginables. Debió admirar a Gericault, a Fortuny, sobre todos. Fue un excelente autor de cuadros de género. El tipo popular que guarda la Diputación coruñesa tiene una hondura de carácter y una entonación dignas del mejor momento de Alvarez de Sotomayor. Su obra se encuentra en centros oficiales, como el Palacio de Oriente, Ministerios y Museo del Ejército, en museos de Galicia y en la Diputación coruñesa y otras instituciones.