MORQUECHO

Criado en una familia con una importante tradición artística, ya que su abuelo era catedrático de dibujo y su padre pintor, José Ramón Morquecho se estableció en Santiago de Compostela en los años 70 para comenzar a dedicarse profesionalmente a la creación plástica; formándose de manera  autodidacta se interesa en sus inicios por el fauvismo y el impresionismo.

Sus primeras obras tendrían un claro componente de compromiso político y social, muy influenciado por el estudio de las pinturas negras de Goya. Junto a colegas como Xoán Pardiñas, Lamela, Bibián o Quintana Martelo se integra en el grupo artístico Nome, al tiempo que comenzará a exponer en diversas ciudades gallegas y españolas, actividad con la que continúa hasta hoy día. 

Durante la década de los años 80 viajará a diversos países europeos, como Francia e Italia y durante un tiempo vivirá en Nueva York, ciudad en la que comienza a trabajar el género del paisaje, género que desde entonces protagonizaría su producción hasta la actualidad. Además de dedicarse a la pintura, ha compaginado ésta con la ilustración de libros y revistas.

Entre los premios con los que ha sido galardonada su carrera figuran el del Salón de Otoño de Pintura de A Coruña y el del Certamen de Pintura Xoven de A Coruña. Su obra ha sido exhibida en ciudades como Vigo, Madrid, Cuenca, Segovia o Sevilla entre otras y, además, puede contemplarse en colecciones como la de la Xunta de Galicia (Santiago de Compostela), la del Museo Arqueolóxico de Ourense, la del Museo Municipal Quiñones de León (Vigo) o la de la Real Academia de Belas Artes Nosa Señora do Rosario (A Coruña).

En la trayectoria pictórica de este autor el color juega un papel fundamental, destacando la inclusión de tonos llamativos en sus composiciones, como potentes rojos, verdes o amarillos, aplicados con amplias pinceladas sueltas. Esta característica se aprecia en las dos obras pertenecientes a Afundación, Recordos y Petouto, en las que recrea dos paisajes, casi de forma abstracta, donde las masas de diversos tonos de amarillos son las protagonistas en unas composiciones en las que las pinceladas ágiles construyen las escenas que se perciben inmediatas y en movimiento por parte del espectador.

Ambas creaciones están datadas a comienzo de la década de los años 90, cuando Morquecho ya había elegido el paisaje como su género predilecto y la ambigüedad entre la figuración y abstracción como sello estilístico personal. En esta época, la gestualidad de la pincelada toma el protagonismo y la investigación de la experiencia plástica se convierte en su motivación artística. Morquecho estudia la naturaleza al modo de los impresionistas, dedicando mucho tiempo a recorrer el campo, para luego interpretar de forma muy personal lo que le ofrece la naturaleza.