JOSÉ DE GUIMARÃES

Su infancia y parte de su adolescencia transcurren en Guimarães −ciudad a la que debe su nombre artístico−, en su tiempo libre visita los museos locales y desarrolla una afición por la arqueología. Se traslada a Lisboa en 1957 para ingresar en Ingeniería en la Universidad Técnica de Lisboa −se gradúa en 1965−, y un año más tarde, se inscribe en la Sociedad Cooperativa de Grabadores Portugueses −«Gravura»−, y asiste a clases de pintura y dibujo con Teresa de Sousa −a quien conoce en el taller de «Gravura»− y Gil Teixeira Lopes; surge su vocación artística y su interés por la geología. Recorre Europa entre 1961 y 1966, le fascina París −sus estancias serán frecuentes desde ese momento−. En 1967 se instala durante siete años a causa del servicio militar en la antigua colonia portuguesa de Angola −publica el manifiesto Arte Peturbadora−, y años más tarde, viajará también a México, Brasil y Asia (China y Japón). A lo largo de su exitosa y prolífica trayectoria ha participado en numerosas exposiciones tanto individuales como colectivas en Europa, África, América y Asia; su obra se encuentra representada en renombradas colecciones de dichos continentes y ha realizado destacadas intervenciones en espacios y edificios públicos. Recibió una beca de investigación de la Fundación Calouste Gulbenkian, y asimismo ha sido galardonado con numerosos premios, entre otros, la medalla de bronce del Premio Europeo de Pintura (Ostende, Bélgica, 1978 y 1980), Premio de Escultura Doutor Gustavo Cordeiro Ramos de la Academia Nacional de Bellas Artes de Portugal, Medalla al Mérito Artístico de la Ciudad de Guimarães, Premio de la Sociedad Portuguesa de Autores por su carrera artística, la Gran Cruz de la Orden al Mérito, y ha sido condecorado por el presidente de la República Portuguesa con el grado de Comandante de la Orden del Infante D. Henrique.               

Considerado uno de los autores más relevantes del arte contemporáneo portugués, es también un gran coleccionista de arte tribal africano. Entre sus referentes se encuentran los fauvistas y artistas como Klee, Kandinsky, Picasso o Miró. Ha explorado la pintura, el mural, el collage, el grabado, la escultura o la instalación en un trabajo caracterizado por el mestizaje. Cultiva una expresiva poética que recuerda al art brut llena de signos y símbolos en la que combina la modernidad con la tradición y las culturas antiguas −sus denominadas «culturas remotas»: África, México, Asia y Brasil− en unas dinámicas composiciones de estética pop con colores exultantes, agresivos, como las formas y figuras, tanto reales −personas, animales, coches, etc.− como imaginarias, que somete a una estilización, fragmentación y yuxtaposición. En su producción, que acostumbra a organizar en series, se hallan proyectos dedicados al maestro flamenco Rubens o a la literatura Camões, y su espíritu experimental le lleva a emplear en ciertas obras luz de neones y leds. 

En la Colección Afundación figura una litografía perteneciente a la serie Hong Kong fechada en 2002. El grabado resulta fundamental en su trayectoria, pues como él mismo afirma: «En cierto modo, el grabado fue el comienzo, es decir, el territorio donde técnicamente tuve que aprender e incluir todo, tanto técnica como composición. Entonces, se puede decir que cronológicamente el grabado precedió a la pintura. Dentro de esta disciplina, obtiene tempranos galardones como el segundo premio en Estoril (Portugal, 1965), primer premio en la Universidad de Luanda (Angola, 1967), y también algunos más tardíos. En la abigarrada obra que nos ocupa, dominada por las superposiciones, aparecen una serie de letras japonesas, así como diversas formas que remiten al cuerpo humano y animal, con sus características manchas, trazos y drippings llenos de energía, violencia, y exuberante cromatismo.