GREGORIO FERRO

Nacido en una humilde familia, se traslada a Santiago muy joven para ejercer como «mozo de sacristía» en el monasterio de San Martín Pinario; donde recibe su inicial formación artística. Apoyado económicamente por los monjes benedictinos, se marcha a Madrid en 1759 para ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Inicialmente asiste a las clases del escultor gallego Felipe de Castro, para muy pronto recibir lecciones del pintor napolitano Corrado Giaquinto; aunque quien realmente marcará al joven Ferro será el neoclásico Antonio Rafael Mengs, su maestro de 1761 a 1769. Desde sus inicios, concurre a los concursos organizados por dicha institución con enorme éxito. Obtiene destacados premios, en 1760 ya logra el segundo premio de la tercera clase de pintura, y tres años más tarde, obtiene una pensión de la Academia superando a Goya con quien volverá a «enfrentarse» por diferentes cargos académicos en el futuro. En los años siguientes se suceden los logros; cabe destacar el segundo premio obtenido en 1772 y gracias a su maestro Mengs, realiza una serie de retratos familiares para el infante Luis de Borbón. En 1781 es nombrado académico de mérito, siete años más tarde se convierte en teniente director de pintura de la Academia, y en 1804 obtiene el puesto de director general. A pesar de estar establecido en Madrid, en donde realizará numerosas obras, trabajará frecuentemente para Galicia; destacan las pinturas que realiza para la catedral de Santiago de Compostela.   

Su universo pictórico está definido por la influencia del de Mengs; está considerado como uno de sus más fieles discípulos. Pertenece a la primera generación neoclásica y según Enrique Fernández Castiñeiras, constituye «una de las importantes figuras que habían servido de eslabón entre lo que algunos han dado en llamar clasicismo rococó». En palabras de Otero Núñez, es «un pintor con ropaje neoclásico, pero alma barroca». En su producción, muy abundante, domina la temática religiosa, en la que destaca especialmente, aunque también hay lugar para el retrato. Cultiva la pintura, óleo y fresco, el dibujo, y asimismo el grabado, y la ilustración en la obra Viaje a España de Antonio Ponz. 

En la Colección Afundación figuran dos obras del «pintor de Boqueixón», un dibujo y un óleo sobre lienzo. En el dibujo −que parece preparatorio− representa, con grafito y clarión sobre un singular papel teñido en gris, la dramática escena en la que Jesús se encuentra con su madre, María, camino del Calvario. En el nivel inferior se sitúan los personajes principales, y en el nivel superior, una serie de ángeles, en una composición compleja cargada en la que evidencia su buena técnica dibujística. Por otro lado, en la obra pictórica aborda el retrato oficial de un personaje ilustre, Alejandro Carvia de Torre, vinculado a Galicia. Representa al hombre sereno, sin afectación, erguido en tres cuartos hasta debajo de la cintura sobre un fondo oscuro y elegantemente ataviado con la peluca blanca grisácea característica. Oculta la mano derecha dentro de su ropa, un gesto propio de los retratos del siglo XVIII y XIX y asociado a Napoléon Bonaparte, y con la otra mano sostiene un papel. En un nivel superior, a ambos lados, aparecen dos escudos, y en el nivel inferior derecho un recuadro donde figuran escritas todas las distinciones del varón de alta alcurnia. La maestría del autor se evidencia en la viveza de la mirada del retratado así como en la riqueza en el tratamiento de los detalles se evidencia en los bordados del chaleco, encajes, botonaduras y condecoraciones que dotan a este retrato oficial de un «alma» especial.