TINO GRANDÍO

Uno de los artistas más personales, y de apreciación progresiva más intensa que ha dado Galicia es Constantino Gradío López, conocido internacionalmente como Tino Grandío. De formación plástica por completo autodidacta, sus primeros estímulos los recibe de un industrial pariente suyo, gran coleccionista de pintura y animador de empresas artísticas. Pensionado por la Diputación de Lugo, se instala en Madrid y se integra en el grupo de la Escuela de Madrid que fomenta las tertulias del Café Gijón, donde la presencia del joven gallego es constante junto a Díaz Caneja, Cristino Mallo y Francisco Arias. Es un pintor multipremiado, y desde que era muy joven, ya que en 1944 obtuvo el Provincial de Lugo, que repite nueve años más tarde, en escultura, faceta que cultivó escasamente. En las Nacionales de Bellas Artes escaló todos los puestos: tercera medalla en 1959, segunda en 1961 y primera en 1965. Fue también gran premio de la Dirección General de Bellas Artes y beca March, en 1965. Un año después fue gran premio y medalla de honor en la primera Bienal gallega, galardón que repitió en Marbella en 1971, tras recibir el disputado premio Repesa en 1968, hasta entonces el mejor dotado económicamente de España, por una interpretación libre de La Venus del Espejo de Velázquez. Comenzó a exponer en 1957, con una muestra que le dio notoriedad, en la Dirección General de Bellas Artes, en Madrid. Después, sus muestras se sucedieron, en toda España y en París, Nueva York, Suiza, Alemania y Suramérica. Fue designado socio de honor del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Su obra figura en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, en casi todos los de España y en numerosos de Europa y América.

La pintura de Grandío es de muy difícil definición. Salvo muy contadas excepciones, es casi monocroma, dicha en grises, de tonalidades infinitas, con blancos y algún negro atenuado. Sus composiciones de figuras son siluetas, apenas perfiladas, sobre las que mancha con materia muy tendida, ocasionalmente gruesa. Todo parece visto al través de una bruma densa o de cristales empañados. Sus paisajes, sean del campo o del mar, tienen escasas o nulas referencias formales. Y sin embargo, nunca Galicia y su mar han sido tan auténticos, tan intensamente líricos e íntimos y al mismo tiempo, tan sobrecogedores en su infinita soledad no agresiva.

Grandío, ser pintoresco, niño grande, a veces genial en sus expresiones, enamorado de todo lo popular de su país, ejercía en Madrid de gallego. Incluso en los comienzos de su etapa madrileña vestía atuendo folklórico, y siempre tocó la gaita, dedicación que consideraba inexcusable como fuente de inspiración y especie de cordón umbilical entre su amada Galicia natal y el lugar donde se encontrara. Era tierno, gesticulante, razonador y disparatado. Todo al tiempo. Dibujaba de un modo inclasificable, puesto que formalmente sus trazos eran torpes, casi malos, y sin embargo poseían tan recia personalidad, que le bastaban para asentar su pintura delgada, como si quisiera ahorrar la materia. Algunos de sus cuadros, como el retrato del dictador Franco, por supuesto que imaginario, son ya historia de la pintura contemporánea e historia de España.