GONZÁLEZ LAGARES

Desde niño, a Francisco González Lagares su familia le inculcó el interés por el arte con la visita constante a exposiciones y museos, actividad que se vio incrementada a partir de 1959 después de trasladarse a Madrid desde su Vigo natal. Será en la capital española donde reciba formación artística en la Escuela de San Fernando, en el Círculo de Bellas Artes y en el Real Conservatorio de Música, fomentando que las diversas disciplinas tuviesen influencia posterior en su faceta como pintor.

Sus viajes por África o Europa resultarán muy inspiradores para este artista, así como los períodos estivales que pasa en la localidad pontevedresa de A Ramallosa. A lo largo de su vida ha participado en numerosas exposiciones en ciudades como Logroño, Salamanca, Madrid, Vigo o León, entre otras.

La trayectoria pictórica de este autor se puede dividir en tres etapas. En sus inicios predominan las formas redondeadas y las tonalidades grises que confluyen en un estilo de corte expresionista. Desde la década de los años 80, sin abandonar el expresionismo, elaborará composiciones en las que las figuras y objetos aparecen contorneados en negro, introduciendo la aplicación de la materia con la espátula, además del pincel, así como frotados en la superficie del soporte que le permite jugar con veladuras y eliminar referencias concretas. A medida que avanzan los años 90 sus obras mostrarán una gran capacidad de síntesis que derivarán en un estilo abstracto.

Las cuatro obras pertenecientes a esta colección datan de la primera mitad de la década de los años 90. Los títulos Suspensión roja sobre una mesa de trabajo y Naturaleza viva podrían clasificarse dentro del género del bodegón, uno de los más trabajados por el artista en esta etapa. En ambas creaciones, las gamas de tonos tierra y grises son las predominantes, en contraste con los detalles rojos que captan la atención del espectador en ambas composiciones. Asimismo, son característicos de sus naturalezas muertas que las mesas de apoyo aparezcan prácticamente en vertical y los objetos parezcan flotar sobre esas superficies.

Las otras dos obras, Rupturas y Toledo, ya anticipan la abstracción hacia la que derivará el estilo pictórico de González Lagares. En la segunda, la superposición de pequeños planos de tonalidades ocres y grises configuran las arquitecturas de la ciudad, ofreciendo al espectador una vista sintética del urbanismo. En este período de su producción son muy habituales los paisajes de las ciudades monumentales que visita e interpreta sin apenas referencias figurativas. Por su parte, el entramado de pequeños fragmentos geométricos que recoge en la primera composición avanza todavía más hacia el informalismo.