CASTRO GIL
Castro Gil, Manuel
( Lugo, 20 de enero de 1891 - Madrid, 1963 )
Biografía
En la tradición de excelentes grabadores con que cuenta Galicia, Castro Gil es, técnicamente, la más alta cota. Aunque también cultivó la pintura, es el grabador por excelencia, con fama y magisterio considerables. Enraizado en la ciudad natal, de la que su padre era archivero, es el mayor de una familia numerosa de ocho hermanos, y desde muy niño manifiesta una característica que va a ser conductora de su vida y en definitiva de su éxito: voluntad de gran trabajador. Inicia sus estudios de dibujo como alumno de Manuel Fole, que deja clara huella en él, y cursa bachillerato y magisterio con aprovechamiento, puesto que alcanza ambos títulos antes de cumplir los 16 años. Con una beca que le concede la Diputación de Lugo, Manuel se traslada a Madrid en 1917 para realizar los estudios superiores en la escuela de San Fernando, en la que es discípulo de Ferrant, Vera, Muñoz Degrain y Moreno Carbonero. Las iniciales lecciones de grabado las recibe de Verger y Esteve Botey. La característica personal del gallego se manifiesta en Madrid, ya que administra su tiempo de tal manera que es estudiante aprovechado, dibuja para publicaciones periódicas de la época y asiste a tertulias literarias en las que deja huella, como la de su paisano Valle Inclán, en la Granja del Henar, y la de Ramón Gómez de la Serna, en Pombo. Su sentido práctico le lleva a buscar un modo seguro de subsistencia, basado en su arte, e ingresa en la plantilla de la Fabrica de Moneda, de manera que efectos del Banco de España y billetes de uso común manifestarán, durante muchos años, la exquisitez de su buril. Su nombre se extiende pronto, dado que es firma habitual en Blanco y Negro y en La Esfera, principales publicaciones ilustradas de los años posteriores a la gran guerra europea. Busca las recompensas oficiales, que reafirman el prestigio, y en 1920 obtiene el segundo premio en el concurso de grabado del Círculo de Bellas Artes. En 1922, la segunda medalla de grabado en la Exposición Nacional de Bellas Artes, por una temática que definirá su quehacer durante mucho tiempo: monasterios, viejos rincones olvidados, ruinas y, en fin, paisajes de corte intensamente romantico. Repite en 1924 la segunda medalla en la Nacional de Bellas Artes por una pieza magistral, Ciudad castellana y, por fin el primer premio en concurso nacional de grabado, en 1925, por Tierras de Santa Teresa. El estilo, la personalidad, el magisterio técnico absoluto del gallego están consolidados. La Junta para Ampliación de Estudios, antecedente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, le beca para viajar a París, donde realiza una exposición que alcanza gran éxito hasta el punto de dedicarle una crónica Enrique Gómez Carrillo, el comentarista más exquisito y admirado de estos años. Desde Francia, Castro Gil se traslada a Bélgica, país con ciudades cuyo ambiente y clima le recuerdan a su Galicia natal. Un grabado que representa a la Catedral de Malinas forma parte del tríptico que, con el del puente Ondárroa y monumento parisino, completan el tríptico que le da el galardón al que había estado aspirando mucho tiempo, la primera medalla en la Nacional de Bellas Artes, en 1930. Regresa a España y sigue su intenso trabajo. Ilustra con una serie de aguafuertes, Las hogueras de España, de Antonio de Hoyos y Vinent. Viaja a Londres donde expone en 1928 con éxito total, ya que los coleccionistas británicos se apasionan por la calidad técnica y el perfecto dibujo de Castro Gil. La obra del gallego continúa su andadura y la expone en Nueva York, México, La Habana, Buenos Aires. Desde 1934 es profesor de la Escuela Nacional de Artes Gráficas, en la que, entre otros discípulos, cuenta nada menos que con José Gutiérrez Solana, para quien el gallego auspicia un homenaje desde la agrupación que lleva su nombre, creada entre sus discípulos y admiradores, y de la que es principal animador. Galicia también le agasaja. Es nombrado miembro correspondiente de las Reales Academias de Bellas Artes del Rosario y de la Gallega. A su tierra natal a acudido frecuentemente en su obra, como acontece con la exposición regional de 1917, donde en la sala de honor se exhiben varios paisajes suyos al óleo, modalidad que cultiva ocasionalmente. Castro Gil toma apuntes en las ciudades de Galicia, y fruto de ello es un gran repertorio temático en el que destaca su pieza de aguafuerte sobre el Pórtico de la Gloria compostelano. Concluida la contienda civil, Castro Gil, siguiendo a Goya que con Rebrandt y Durero es el artista que más admira, realiza una serie de grabados titulada Desastres de la guerra, donde consuma la expresión de su excepcional técnica. Recibe encargos, que realiza sin ninguna concesión al tópico, como la serie sobre altos hornos y fundición de grandes piezas, para una industria del País Vasco, ejemplo de la calidad de su dibujo. Ama a su ciudad natal a la que donará todas sus herramientas de su taller privado y numerosas planchas expuestas hoy en el Museo local, de visita imprescindible para conocer, de veras el mundo personal de este artista. Sin un descanso, en plena gloria, fallece en Madrid en 1961, cuando cuenta 70 años, y le sucede el magisterio extendido y el prestigio inmarchitable. Castro Gil es fundamentalmente un grabador aguafortista, aunque también domine, por su condición de dibujante segurísimo, la punta seca. El claroscuro, la reciedumbre expresiva en las arquitecturas, la textura de sus impresiones, la utilización de tintas inusitadas, como las verdes, hacen inconfundible su trabajo. Todo en él es poderoso, seguro, impresionante. El escritor Wenceslao Fernandez Flórez, que utilizó un dibujo de Castro Gil para su mejor obra, El bosque animado, dice el grabador: «Tiene bien probada una particularidad que, sin duda, habría que explicar por una razón racial: por innatas inclinaciones de su naturaleza céltica. Siente las piedras y los árboles. Ama a ese ser maravilloso que por estar sujeto a la tierra y vivir de ella por sus raíces, y elevar la cima a lo alto en aspiraciones celestes es el mejor símbolo del hombre y casi más hombre que un hombre, por su esquematismo cabal. Ama también las viejas ruinas cosidas con hiedra, la hermosura que duerme en el rincón de una callejuela, la que brota de un feliz hacinamiento de casitas, la de un simple muro en pie que aún conserva un rosetón sin vidrios. Y nadie sabe extraer tanta emoción como él de sus frecuentes veneros».
Bibliografía
AGUILERA, E.: Castro Gil. Su vida, su obra, su arte, Edit.Aguilar, Madrid, 1948.
CHAMOSO LAMAS, M.: "Arte" en Galicia, Fundación March, Edit. Noguer., Barcelona, 1976.
"EL GRABADO en España (siglo XIX y XX)", Vol. XXXII, en Summa Artis, Espasa Calpe, Madrid, 1988.
PABLOS, F.: Pintores gallegos del Novecientos, Fundación Barrié de la Maza, A Coruña, 1981.
PANTORBA, B. de: Historia y crítica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas en España, Jesús Ramón García Rama Edit., Madrid, 1980.
VV. AA.: Un siglo de pintura gallega, 1880/1980, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, 1984.
Obra
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Calle típica de Oviedo 1943
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Galeón pirata 1922
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Puente de Toledo 1938 - 1940
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Catedral de Santiago 1926